El otro día le pregunté al Quique: "Che, ¿vos no te ibas a jubilar este año?", y agregué: "¿Qué estás esperando, que te jubile la Parca?". Y el Quique me llevó para un costado, me agarró del antebrazo, y me dijo bajito en tono plañidero, como pidiendo perdón: "Si yo no sé hacer nada... para qué querés que me jubile... ¿Me jubilo y que hago? Así, por lo menos me entretengo y tengo unos pesitos más para ir al boliche y para los cigarros. ¿Qué voy a hacer si me jubilo? ¿Sentarme en la puerta a tomar mate con la Susy? ¿Te imaginás?" Si, me lo imaginé al Quique tomando mate con la Susy en la puerta de su casa en la calle Bulgaria, y me vino un escalofrío.
Pero el escalofrío fue porque en ese momento me dí cuenta una vez más que en el mundo hay millones de personas que como el Quique "no saben hacer nada". Es decir, personas para las que la vida es solamente la satisfacción de los instintos básicos, entre los que incluyo la pertenencia a la barra del boliche (en serio, estoy hablando de algo que existe y no se como se llamará científicamente, ¿gregarismo tal vez?).
Aquí, hoy, hay miles de Quiques para los que el mundo es poco más que su trabajo, sus amigos y el boliche. El Quique no tiene hijos, si los tuviera seguro que también tendría nietos y su mundo sería obligatoriamente más grande. Pero el Quique no tiene ni siquiera sobrinos, o los tiene tan lejos que es como si no los tuviera.
Al Quique no le gusta leer, no le gusta pasear, no le gusta ver televisión; ni siquiera le gusta demasiado el fútbol. A él se lo ve feliz acodado en el mostrador con un vaso de vino clarete en la mano y un cigarrito en la otra, contando chistes y charlando de naderías con otros Quiques.
Y sí, cada uno es feliz a su manera, cada uno vive en un universo del tamaño que le dieron. Nunca te olvides.