¿Por qué nos gustan tanto los viernes? –me pregunté una vez. Si vamos al caso, el viernes es como cualquier otro de los cinco días hábiles. Peor aún, suele ser el más agitado de los días hábiles. Y sin embargo... sin embargo el viernes tiene un encanto especial que hace que lo queramos casi con la misma intensidad con la que odiamos al pobre lunes.
Pero no temas ¡oh sufrido lector de estas reflexiones! La explicación de nuestro amor al viernes es breve. Tal cual. Es que así como el olor del café recién hecho es más sabroso que el café mismo, así como el aroma del pan recién salido del horno nos deleita más que el pan en si propio, lo que nos cautiva del viernes es su anuncio del fin de semana.
Es que el viernes llega con la promesa de la playa, del baile, del paseo, de la siesta, del cine, del partido de fútbol (cada cual elegirá su propia promesa, claro), y –si tenemos suerte– hasta con la promesa del amor. Por eso nos gusta tanto el viernes y por eso nos disgusta tanto el lunes, día en el que comprobamos que la mayoría de las promesas del viernes, o no se han cumplido, o no daban para tanto.
Culpamos al lunes, y usamos el martes, el miércoles y el jueves para olvidar. Luego, cuando llega el viernes siguiente, la esperanza vuelve a anidar en nuestros corazones y la sonrisa aflora nuevamente a nuestros labios al pensar en las delicias que nos depararán el sábado y el domingo. Y así pasa la vida. Una y otra vez. Y otra vez de nuevo. Asi que: ¡Arriba los corazones! ¡A disfrutar que hoy es viernes!