(y a mi no me importa mucho que digamos)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

MÁS REFLEXIONES SOBRE EL IDIOMA

Si el idioma no fuera cambiando lentamente, bastaría una o dos generaciones para tornar imposible la comunicación y por ende el pensamiento. El idioma (éste y cualquier otro) comienza por arrendar determinadas palabras. Las prueba, las utiliza un tiempo, y luego, las compra o no.

Ha habido otras palabras de moda antes de ésta “bizarro” que –sin embargo– con el paso del tiempo han desaparecido del uso cotidiano, sustituídas por otras nuevas o por la restitución de las que les precedieron.

En este proceso de transformación del lenguaje hay acciones y reacciones y hay partidarios del cambio y partidarios de la inmovilidad. Finalmente, la lengua que se habla es el resultado de la resolución de esa tensión dinámica, de esa contradicción.

Si no fuera así, si se hubiera venido aceptando cualquier nueva palabra de buenas a primeras, ya no podríamos entender a Cervantes y El Ingenioso Hidalgo tendría tantas llamadas al pie que nos quitarían el placer que todavía nos da su lectura, 500 años después…

Lo que me molesta de “bizarro” es que no se comenzó a utilizar por necesidad, por ausencia de una palabra para definir eso, sino por ignorancia y por presunción (queda más “fino” decir “bizarro” que “estrafalario”), copiando el significado de un galicismo usado por los anglófonos.

En fin, que yo libro mi egoísta y solitaria batalla conservadora (¡quién me ha visto y quien me ve!) para que las futuras generaciones de Capelanes puedan leer las cosas que he escrito sin necesitar un diccionario al lado, y porque alguien tiene que hacer ese “trabajo sucio” para evitar que la civilización desaparezca.

Lo que realmente me intriga es por qué me preocupo de estas cosas si estoy firmemente convencido de que ya ha comenzado el apocalipsis y de que hemos entrado en una nueva edad media. Creo que se debe a que el pensamiento es un vicio tan pernicioso como cualquier otro.