(y a mi no me importa mucho que digamos)

domingo, 17 de octubre de 2010

LA "CARTA DEL JEFE SEATTLE"…

…la escribió un guionista de Hollywood.

REIVINDICACIÓN DE TED PERRY
Por Luko Hilje Q. (*)

Hay textos que, sobre todo por su peso sentimental, calan hondo en la gente, pero lo hacen más si provienen de escritores de renombre. Lo mostró hace un tiempo el novelista Sergio Ramírez, al advertirnos sobre la falsa paternidad de dos textos más bien melifluos, erróneamente atribuidos a Borges y a García Márquez. ¿Cuántos más habrá? No lo sé, pero puedo referirme a un caso análogo, a un célebre texto que circula en revistas y carteles y del que con frecuencia se destacan extractos en artículos conservacionistas...

Supuestamente fue escrito por el jefe Seattle en 1854, y a posteriori ha sido titulado "Después de todo, quizás seamos hermanos," o "Carta abierta al Hombre Blanco." Es, sin duda, un hermoso canto a la naturaleza, que provoca emociones elementales e inefables en el lector. Cuando lo hallé por vez primera, en 1980, lo leí y releí (y, por supuesto, lo guardé), para sentir las palpitaciones de esa sabia y reposada voz, emergida del contacto más puro y primigenio con el mundo natural.

No obstante, hace un par de años me percaté del engaño, al toparme de súbito con la cruda revelación, justamente en un libro conservacionista. Esto me remitió a un artículo del editor de la revista Environmental Ethics (Vol. 11 (3): 195-196, 1989), quien hace una síntesis de varios autores para demostrar que el jefe Seattle nunca escribió dicho texto. Su verdadero autor fue el guionista TED PERRY, quien entre 1971 y 1972 lo preparó para la película "Home." Eso sí, Perry tomó como modelo de inspiración un discurso pronunciado por el jefe Seattle entre 1853 y 1855. Él nunca pretendió crear una farsa, sino que fue el productor de "Home" quien no dio el respectivo crédito a Perry en la cinta para lograr mayor fuerza emotiva,. Este es el origen de este engaño impensado, que se ha propagado mundialmente.

¿Decepción? Claro que sí, sobre todo porque se anula así el genuino valor histórico de este texto, que creíamos surgido de la raigambre misma de uno de los pueblos aborígenes de nuestro continente. Pierden así su autenticidad imágenes tan bellas y sugestivas como "La savia que discurre por los árboles porta la memoria de los pieles rojas", "Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos", "La tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra", o "¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia". Sin embargo, aclaradas las cosas, es preciso reconocer que nada de esto invalida la riqueza lírica de este texto, que se nutre de esa profunda y fértil cosmovisión aborigen universal, en la cual la tutela por los dones de la naturaleza es un imperativo sagrado. Y que, por su sencillez y hondura, el texto de Perry ha sido capaz de conmover y sensibilizar a miles o millones de seres humanos en todo el planeta y, a la vez, de hacerlos más conscientes del ineludible compromiso ético que tenemos con las presentes y futuras generaciones.

(*) Del Centro para el Desarrollo Indígena, Costa Rica http://www.cedin.iwarp.com

Carta del Jefe Indio Seattle, al Presidente de los EE.UU.
Por Ted Perry


El Gran Jefe Blanco de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras. Pero, ¿cómo es posible comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Nosotros no comprendemos esta idea. Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos?. El Gran Jefe nos envía también palabras de amistad y de buena voluntad. Esto es muy amable por su parte, pues sabemos que El no necesita de nuestra amistad. Sin embargo nosotros meditaremos su oferta, pues sabemos que si no vendemos vendrán seguramente hombres blancos armados y nos quitaran nuestras tierras. Nosotros tomaremos una decisión. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que diga el Jefe Seattle, con tanta seguridad como en el transcurrir de las estaciones del año. Mis palabras son como las estrellas, que nunca tienen ocaso. Cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante aguja de pino, cada grano de arena de las playas, cada gota de rocío de los sombríos bosques, cada calvero, el zumbido de cada insecto... son sagrados en memoria y experiencia de mi pueblo. La savia que asciende por los arboles lleva consigo el recuerdo de los pieles rojas.

Los muertos de los hombres blancos olvidan la tierra donde nacieron cuando parten para vagar entre las estrellas. En cambio, nuestros muertos no olvidan jamas esta tierra maravillosa, pues ella es nuestra madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas, el venado, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Las cumbres rocosas, los prados húmedos, el calor del cuerpo de los potros y de los hombres, todos somos de la misma familia. Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos comunica que piensa comprar nuestras tierras exige mucho de nosotros. Dice que nos reservara un lugar donde podamos vivir agradablemente y que El será nuestro padre y nosotros nos convertiremos en sus hijos. Pero, ¿es eso posible? Dios ama a vuestro pueblo y ha abandonado a sus hijos rojos.

Él envía maquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo y construye para El grandes poblados. Hace más fuertes a vuestro pueblo de día en día. Pronto inundareis el país como ríos que se despeñan por precipicios tras una tormenta inesperada. Mi pueblo es como una época en regresión pero sin retorno. Somos razas distintas. Nuestros niños no juegan juntos y nuestros ancianos cuentan historias diferentes.

Dios nos es propicio y nosotros, en cambio, somos huérfanos. Nosotros gozamos de alegría al sentir estos bosques. El agua cristalina que discurre por los ríos y arroyos no es solamente agua, sino también la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos nuestras tierras debéis saber que son sagradas y que cada reflejo fugaz en el agua clara de las lagunas narra vivencias y sucesos de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz de mis antepasados. Los ríos son nuestros hermanos que sacian nuestra sed. Ellos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras debéis recordar esto y enseñad a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y que, por tanto, hay que tratarlos con dulzura, como se trata a un hermano.

El piel roja retrocedió siempre ante el hombre blanco invasor, como la niebla temprana se repliega en las montañas ante el sol de la mañana. Pero las cenizas de nuestros padres son sagradas, sus tumbas son suelo sagrado, y por ello estas colinas, estos árboles, esta parte del mundo es sagrada para nosotros. Sabemos que el hombre blanco no nos comprende. El no sabe distinguir una parte del país de otra, ya que es un extraño que llega en la noche y despoja a la tierra de lo que desea. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando la ha dominado sigue avanzando. Deja atrás las tumbas de sus padres sin preocuparse. Olvida tanto las tumbas de sus padres como los derechos de sus hijos. Trata a su Madre, la tierra, y a su Hermano, el aire, como cosas para comprar y devastar, para venderlas como si fueran ovejas o cuentas de colores. Su voracidad acabará por devorar la tierra, no dejando atrás más que un desierto.

Yo no sé, pero nuestra raza es diferente de la vuestra. La sola visión de vuestras ciudades tortura los ojos del piel roja. Quizá sea porque somos unos salvajes y no comprendemos. No hay silencio en las ciudades de los blancos. No hay ningún lugar donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o el zumbido de los insectos. Quizá sea sólo porque soy un salvaje y no entiendo, pero el ruido de las ciudades únicamente ofende a nuestros oídos.

¿De qué sirve la vida si no podemos escuchar el grito solitario del chotacabras, ni las querellas nocturnas de las ranas al borde de la charca? Soy un piel roja y nada entiendo, pero nosotros amamos el suave rumor del viento, que acaricia la superficie del arroyo, y el olor de la brisa, purificada por la lluvia del medio día o densa por el aroma de los pinos. El aire es precioso para el piel roja, pues todos los seres comparten el mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre..., todos respiramos el mismo aire. El hombre parece no notar el aire que respira. Como un moribundo que agoniza desde hace muchos días, es insensible a la pestilencia. Pero si nosotros os vendemos nuestras tierras no debéis olvidar que el aire es precioso, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que mantiene. El aire dio a nuestros padres su primer aliento y recibió su ultima expiración. Y el aire también debe dar a nuestros hijos el espíritu de la vida. Y si nosotros os vendemos nuestras tierras, debéis apreciarlas como algo excepcional y sagrado, como un lugar donde también el hombre blanco sienta que el viento tiene el dulce aroma de las flores de las praderas.

Meditaremos la idea de vender nuestras tierras, y si decidimos aceptar será sólo con una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales del país como a sus hermanos. Yo soy un salvaje y no lo entiendo de otra forma. Yo he visto miles de bisontes pudriéndose, abandonados por el hombre blanco tras matarlos a tiros desde un tren que pasaba. Yo soy un salvaje y no puedo comprender que una máquina humeante sea más importante que los bisontes, a los que nosotros cazamos tan solo para seguir viviendo. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si los animales desaparecieran el hombre también moriría de gran soledad espiritual. Porque lo que suceda a los animales, también pronto ocurrirá al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.

Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a nuestros hijos: la tierra es nuestra Madre. Lo que afecte a la tierra, afectará también a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen a la tierra, se escupen a sí mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra. Todo esta relacionado como la sangre que une a una familia. El hombre no creó el tejido de la vida, sino que simplemente es una fibra de el. Lo que hagáis a ese tejido, os lo hacéis a vosotros mismos. El día y la noche no pueden convivir.

Nuestros muertos viven en los dulces ríos de la tierra, regresan con el paso silencioso de la primavera y su espíritu perdura en el viento que riza la superficie del lago. Meditamos la idea del hombre blanco de comprar nuestras tierras. Pero, ¿puede acaso un hombre ser dueño de su madre?. Mi pueblo pregunta: ¿qué quiere comprar el hombre blanco? ¿Se puede comprar el aire o el calor de la tierra, o la agilidad del venado? ¿Cómo podemos nosotros venderos esas cosas, y vosotros como podríais comprarlas? ¿Podéis acaso hacer con la tierra lo que os plazca, simplemente porque un piel roja firme un pedazo de papel y se lo entregue a un hombre blanco?. Si nosotros no poseemos la frescura del aire, ni el reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos? ¿Acaso podréis volver a comprar los bisontes, cuando hayáis matado hasta el ultimo?. Cuando todos los bisontes hayan sido sacrificados, los caballos salvajes domados, los misteriosos rincones del bosque profanados por el aliento agobiante de muchos hombres y se atiborren de cables parlantes la espléndida visión de las colinas... ¿donde estará el bosque? Habrá sido destruido?. ¿Dónde estará el águila? habrá desaparecido. Y esto significara el fin de la vida y el comienzo de la lucha por la supervivencia.

Pero vosotros caminareis hacia el desastre brillando gloriosamente, iluminados con la fuerza del Dios que os trajo a este país y os destine para dominar esta tierra y al piel roja. Dios os dio poder sobre los animales, los bosques y los pieles rojas por algún motivo especial. Ese motivo es para nosotros un enigma. Quizás lo comprendiéramos si supiésemos con que sueña el hombre blanco, que esperanza trasmite a sus hijos en las largas noches del invierno y que ilusiones bullen en su imaginación que les haga anhelar el mañana.

Pero nosotros somos salvajes y los sueños del hombre blanco nos permanecen ocultos. Y por ello seguiremos distintos caminos, porque por encima de todo valoramos el derecho de cada hombre a vivir como quiera, por muy diferente que sea a sus hermanos.

No es mucho realmente lo que nos une. El día y la noche no pueden convivir y nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestro país y enviarnos a una reserva. Allí viviremos aparte y en paz. No tiene importancia donde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos vieron a sus padres denigrados y vencidos. Nuestros guerreros han sido humillados y tras la derrota pasan sus días hastiados, envenenando sus cuerpos con comidas dulces y fuertes bebidas.

Carece de importancia donde pasemos el resto de nuestros días. Ya no serán muchos. Pocas horas más, quizás un par de inviernos, y ningún hijo de las grandes tribus que antaño vivían en este país y que ahora vagan en pequeños grupos por los bosques, sobrevivirán para lamentarse ante la tumba de un pueblo, que era tan fuerte y tan lleno de esperanzas como el nuestro. Pero cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra y sus recuerdos solo sean como la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas riberas y en estos bosques. Porque ellos amaban esta tierra como el recién nacido ama el latir del corazón de su madre. Pero, ¿por qué he de lamentarme por el ocaso de mi pueblo?. Los pueblos están formados por hombres, no por otra cosa. Y los hombres nacen y mueren como las olas del mar. Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla con El de amigo a amigo, no puede eludir ese destino común. Quizás seamos realmente hermanos. Una cosa si sabemos, que quizás el hombre blanco descubra algún día que nuestro Dios y él vuestro son el mismo Dios. Vosotros quizás penséis que le poseéis, al igual que pretendéis poseer nuestro país, pero eso no podéis lograrlo.

Él es el Dios de todos los hombres, tanto de los pieles rojas como de los blancos. Esta tierra les es preciosa, y dañar la tierra significa despreciar a su creador. También los blancos desapareceréis, quizás antes que las demás razas. Continuad ensuciando vuestro lecho y una noche moriréis asfixiados por vuestros propios excrementos. Nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestra tierra, pues sabemos que si no aceptamos vendrá seguramente el hombre blanco con armas y nos expulsara. Porque el hombre blanco, que detenta momentáneamente el poder, cree que ya es Dios, a quien pertenece el mundo. Si os cedemos nuestra tierra amadla tanto como nosotros la amábamos, preocuparos por ella tanto como nosotros nos preocupábamos, mantened su recuerdo tal como es cuando vosotros los toméis. Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu y vuestro corazón conservarla para vuestros hijos y amadla como Dios nos ama a todos nosotros. Pues aunque somos salvajes sabemos una cosa: nuestro Dios es vuestro Dios. Esta tierra le es sagrada. Incluso el hombre blanco no puede eludir este destino común. Quizás incluso seamos hermanos. iQuien sabe!