La "Crónica de Viaje" es uno de mis géneros favoritos, tanto para leer como para escribir. El problema es que viajo muy poco, así que no tengo demasiado material para cultivar el género todo lo que desearía. Aquí van las cuatro crónicas que escribí sobre mi visita a las ciudades de Québec y Montreal en 2001.
1 / LA "CASA DE LA AMISTAD"
Resulta que una tarde de la primavera quebequesa comenzamos a oir hablar de "La Casa de la Amistad Québec-Cuba", adonde alguien recomendó que fuéramos a cenar con música en vivo. Pues bien, yo me comencé a imaginar un lugar donde habría oportunidad de conocer algún cubano, ver o comprar alguna publicación cubana, escuchar música cubana, comer arroz a la cubana y tomar algún "mojito" en medio del humo de cigarros habanos.
Guiados por nuestros anfitriones canadienses, a eso de las nueve de la noche comenzamos a caminar cuadras y cuadras por las desiertas calles de Québec, hasta llegar a la "Casa" en cuestión. Desde el punto de vista arquitectónico era una bella construcción de estilo francés-siglo XIX (algo así como las casas con buhardilla de Villa Muñoz, pero más chica). En la planta baja de la esquina, había un local con un pasacalle que decía "Casa de la Amistad Québec-Cuba" y una bandera cubana, tapando un cartel pre-existente.
Entramos y fuimos recibidos por un venezolano que yo ya había visto en la carpa de la Cumbre de los Pueblos, quien oficiaba como anfitrión de los latinos que por allí cayeran. Nos juntaron tres mesas para que nos sentáramos juntos los nueve, y un canadiense verborrágico -que resultó el dueño del negocio- distribuyó unos pretzel y unos maníes, trajo los vasos para la cerveza, y pasó enérgica y rápidamente un trapo sobre las mesas (rompiendo uno de los vasos en el proceso) sin dejar de hablar ni por un momento. Claro que toda esa verborragia era completamente inútil, ya que salvo los canadienses que venían con nosotros, en el medio del ruido de las conversaciones y una salsa berreta como ambientación sonora, nadie entendía un corno lo que decía.
Mientras comíamos (comida canadiense) y bebíamos (cerveza canadiense), comenzó un espectáculo musical desarrollado por dos colombianos: uno cantaba y el otro tocaba la guitarra y apretaba los botones de un órgano donde tenía música pregrabada. Así fueron desfilando por nuestros sufridos oídos diversos ballenatos, cumbias, plenas, y otras yerbas colombianas, llegando al climax con un cuarteto cordobés de la mano de un tema de Rodrigo... Visto y considerando el tenor de la ambientación sonora, nos pusimos a hablar precisamente de música con un amigo paraguayo, quien felizmente resultó fanático de Metallica, U2, Pink Floyd, y esas yerbas, por lo que enseguida hicimos buenas migas.
Estábamos en pleno proceso de comunión intelectual, cuando comienzo a notar que alguien estaba tocando las castañuelas (sí: ¡las castañuelas!) en mi mismo oído derecho... Imposibilitado de escuchar hasta mis propias palabras, volví la cabeza y me encontré de frente con el rostro de una flaca con pinta de reventada que sacudía las castañuelas y me hablaba en francés... Hice corteses señas de aprobación, sonreí, y volví la cabeza para continuar conversando con el paraguayo. ¡Iluso de mí! Allí seguían las castañuelas y ésta vez una mano tocó mi hombro.
Giré nuevamente la cabeza y me encontré a cinco milímetros del rostro de la flamenca-cubano-quebequesa, que me murmuraba cosas ininteligibles en el oído. Aturdido y desconcertado, pedí auxilio y traducción a una canadiense, la que me aseguró que la catañueletera me estaba diciendo si no quería que me enseñara a tocar el instrumento. Le mandé decir que muchas gracias, que por ahora no, y volví a mi interrumpida charla. Felizmente, la bailaora se dio entonces por vencida y se dedicó a animar a un veterano quebequés petiso y con bastante cerveza arriba, con el que finalmente terminó bailando al estilo "teniente Frank Drebin" (el de "La Pistola Desnuda"). Y no exagero.
A esa altura de las cosas, la noche ya lindaba con el surrealismo, y lo único que recordaba a Cuba en aquel antro, eran fotos turísticas de La Habana y Varadero y afiches del Che y Fidel distribuídos prolijamente por las paredes. En un momento en que el paraguayo fue al baño, me dediqué a inspeccionarlas. Había algo que no me cerraba en ese local y no podía discernir qué era. Finalmente me dí cuenta: los posters y los afiches eran todos nuevos. Por otro lado, el cartel con la lista de precios lucía un altorelieve en roble que decía "Le Bistró Du Quartier". Y ahí fue que comenzó a iluminarse mi pensamiento...
El proceso que terminó con nosotros allí debe de haber sido algo así: el dueño de "Le Bistró Du Quartier" se enteró de que para la II Cumbre de los Pueblos viajarían a Québec varias manadas de latinoamericanos izquierdistas enemigos de las cadenas multinacionales de comida rápida y desconfiados de los restaurantes y bistrós quebequenses. ¿Qué mejor entonces que montar una "Casa de la Amistad Québec-Cuba" para ofrecerles un referente ideológico y cultural amigable? Es así que habrá ido al consulado cubano a pedir algunos posters, mandado a pintar una tela con la nueva denominación del boliche, contratado a dos músicos colombianos inmigrantes (colombianos, cubanos, venezolanos: es todo lo mismo, habrá pensado), y reclutado a la flaca reventada en algún piringundín. Por lo que ví, la cosa le fue bien: por lo menos ese día el local estaba lleno. Para cuando se celebre la Semana de Japón en Québec, seguramente esa será su "Casa de la Amistad", y habrán dos músicos chinos interpretando canciones tahilandesas mientras una flaca canadiense con quimono saca a la gente a bailar... tocando las castañuelas.
2 / LA CHICA DE LA BOUTIQUE
Según la Guía del Mundo, en Canadá "hay aproximadamente 800.000 indígenas, métis (mestizos) e inuits (llamados esquimales), que comprenden desde individuos muy adaptados a la cultura ciudadana hasta cazadores tradicionales que viven en alejadas comunidades del norte. Tienen seis regiones culturales y diez familias lingüísticas diferentes, muchas de sus lenguas nativas, como es el caso del cree y ojibwa, se siguen utilizando en la actualidad. Unos 350.000 nativos tienen la condición de indígenas, es decir que pertenecen a uno de los 573 grupos registrados y pueden vivir en reservas con protección federal (aunque solamente 70 % se registran). Los métis y los indígenas no registrados históricamente no han recibido reconocimiento legal, pero en la actualidad están conquistando algunos derechos de tipo especial."
Sin embargo, en Québec los únicos indios que vimos fueron los maniquíes en las puertas de las "Galeries d'Art Indien Cinq Nations", tiendas de souvenirs que venden sus artesanías. Ni en la calle, ni en la Cumbre de los Pueblos de América, se veía a algún inuit o iroqués, por ejemplo. Cuando entramos a una boutique de la calle Cul de Sac, en el barrio Petit Champlain a comprar algunos recuerdos de nuestra visita, fuimos atendidos por una jovencita rubia de ojos celestes que nos explicó el significado de un collar con una tortuguita tallada en cuerno de alce diciendo que "para nosotros la tortuga representa a la madre tierra", ante lo que no pude sino exclamar asombrado: "¿Nosotros? Tú eres india?". A lo que me respondió impasible: "Sí, segunda generación" y continuó recitando la explicación. En sí, en Québec hasta las tiendas de artesanías indígenas, están atendidas por euro-descendientes.
Un amigo de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) de Canadá, nos recordaba luego que para muchos canadienses, el "problema indígena" es su pecado original y prefieren no hablar mucho de ello. Al igual que sucedió en el territorio de los actuales Estados Unidos de América, los habitantes originarios de Canadá fueron (y en menor medida continúan siendo) asesinados, masacrados, perseguidos, y finalmente desarraigados de sus tierras ancestrales para recluirlos en las "reservas con protección federal" que tan livianamente menciona la Guía del Mundo. Allí siguen "cultivando sus tradiciones", totalmente al margen del devenir ciudadano, cuando tienen suerte. En otros casos, esa "protección federal" significa la debacle cultural.
Como explicaba un día en la carpa de la Cumbre de los Pueblos el ecologista canadiense David Susuki, a muchos de los pueblos de las "Primeras Naciones" (no los "indios" o los "nativos") del actual Canadá, les quitaron las tierras que eran la base de su cultura y su sustento, y los trasladaron en masa a la usanza estalinista a regiones improductivas, donde reciben un sueldo mensual de parte del gobierno canadiense. La inactividad, el ocio, y la "plata dulce" fueron haciendo que muchos de ellos olvidaran sus tradiciones culturales y cayeran en el alcoholismo y la drogadicción. No dudo que en otros lugares de Canadá habran individuos de las Primeras Naciones "muy adaptados a la cultura ciudadana". En Québec no ví ninguno, a no ser que estuvieran tan "adaptados" que ya fueran todos rubios y de ojos celestes, como la chica de la boutique.
3 / ¿A QUÉ NO SABÉS CON QUIÉN ESTUVE?
A esta altura ya habrá que recordar al lector que hacia fines de Abril viajé a la ciudad de Québec (invitado por la Asociación Mundial de Radios Comunitarias y en representación de Comcosur) para participar en el Foro de las Comunicaciones del Segundo Encuentro de los Pueblos de América.
Para ubicar al lector en el entorno de ésta nota, deberé también confesar que soy adicto a los canales de documentales de la TV Cable, entre ellos al A&E Mundo. En esa señal se emite casi diariamente "La Naturaleza de las Cosas", un programa que trata de temas relativos al medio ambiente, la ciencia, y la salud humana -por ser sintético- y que es conducido por el canadiense David Susuki.
Cuando me enteré de que viajaría al norte del continente, bromeé con mi esposa: "Bueno vieja, me voy a Québec a charlar con David Susuki: ¿no querés mandarle decir nada?" En realidad estaba convencido de que en la inmensidad del Canadá, las probabilidades de encontrarme efectivamente con mi admirado eran similares a las de realizar un viajecito en el trasbordador espacial.
Llegué allí y fueron pasando los días sin novedades al respecto, hasta que una tarde descubrí un "stand" de la "David Susuki Foundation" en la feria del Encuentro. Allí se vendían libros sobre temas ecológicos, y regalaban stickers que decían "Every Revolution is about Power!" ("Toda Revolución es Acerca del Poder", jugando con el doble significado de "Power" en inglés: poder y/o energía). Además, convocaba a proteger el clima, y junto al dibujo de un molino de viento, tenía la dirección de la página web de la Fundación David Susuki (www.energyrevolution.net). Tomé unos cuantos y continué deambulando por ahí.
Al rato, junto con el cordobés e hincha de Belgrano, Mario Farías (de FM Sur), entramos a chusmear a la gran carpa donde se desarrollaban los actos del Encuentro. No estaba sucediendo nada en especial, y mientras Mario charlaba con un compatriota que encontró allí, mi mirada comenzó a deambular por el entorno hasta detenerse en un señor bajito, canoso, con perita y de lentes, que conversaba con una mujer. Enfoqué la vista y comencé a aproximarme... no podía creer lo que estaba viendo: ¡allí, a tres metros de distancia, estaba el mismísimo David Susuki!
Me fui acercando lentamente, y en forma más o menos discreta esperé a que finalizara su conversación. Cuando así sucedió, y parafraseando a Henry Morton Stanley cuando encontró a David Livingstone en el medio del África, le dije: "David Susuki, I presume..." a lo que Livingstone (perdón, Susuki) me respondió con una sonrisa: "Yes I am." Por no ser cargoso diré que le conté que yo siempre veía "La Naturaleza de las Cosas" en Uruguay, que me encantaba el programa, que antes de venir bromeaba con mi esposa diciéndole que iba a Québec a ver a David Susuki, y que no podía creer que ahora estuviera hablando con él ahí. Tras pocas palabras más, me firmó un autógrafo en un sticker y nos despedimos con un fuerte apretón de manos.
Cuando volví a donde estaba Mario, me confió que le había llamado la atención ver que me iba para ponerme a hablar con un japonés, y luego de enterarse de mi admiración por Susuki, me recriminó por no haberle pedido que nos sacara una foto. La verdad es que ni se me ocurrió, y hoy lo lamento.
Poco rato después, seguía en la vuelta, pero esta vez con Arturo Bregaglio, de FM Trinidad, de Asunción. Deambulábamos por el Vieux Port, cuando notamos un movimiento inusual en la carpa. Entramos a ella y la vimos llena de bote a bote. ¿El motivo? ¡Estaba hablando David Susuki! Inmediatamente prendí la filmadora y me instalé para registrar lo que quedaba de la charla, mientras Arturo preguntaba de qué se trataba todo eso. Comprendiendo por mis monosílabos y frases entrecortadas que se trataba de algo importante, corrió a buscar el aparatito para la traducción simultánea.
En el momento en que llegamos, Susuki estaba hablando del (mal) trato de los canadienses eurodescendientes hacia las Primeras Naciones y de cómo habían degradado y destruído el ambiente que no sólo era su sustento sino también la base de su cultura. Acto seguido contestó a una espectadora que le pidió su opinión sobre los transgénicos. A éstos los comparó con el DDT y los CFC's, inventos que en su momento nadie PODÍA sospechar que fueran a resultar perjudiciales para el ambiente y los seres humanos, como se comprobó mucho después de que fueran lanzados al mercado, y cuando los daños producidos por ellos ya eran irreversibles.
En ese sentido, explicó que en la actualidad, nadie PUEDE saber si los transgénicos serán perjudiciales para la salud humana. Por lo tanto, convocó a no repetir los errores cometidos con el DDT y los CFC's: "Dejen a los transgénicos en los laboratorios" -conminó- " y síganlos estudiando hasta estar seguros." Sobre el argumento de que los transgénicos podrían terminar con el hambre en el mundo, Susuki dijo que eso era "bullshit", que lo mismo habían dicho del DDT y que mire cómo están las cosas. Que si quieren terminar con el hambre, que dejen de fabricar armas y se dejen de embromar.
Al momento en que finalizó su intervención, los miles que estaban en la carpa se pusieron de pie y le brindaron un aplauso tan prolongado, que sólo faltaba que corearan el "no se va, Susuki no se va", como si se tratara de una estrella del rock. Claro, en estas cosas no hay bises, Susuki se fue, y con él se vació la carpa. Entonces, ya no me sentí tan sólo ni tan cholulo. Eso sí, llevando a Arturo casi a rastras, corrí a la sala de prensa para mandarle un mail a mi esposa con un "¿A qué no sabés con quién estuve...?"
4 / LAS PAREDES NO SABEN LO QUE PASA
Ese sábado de Abril el ambiente estaba espeso. Desde el Vieux Port, la Ciudadela de Quebec se veía envuelta en las volutas azuladas de los gases lacrimógenos. Allá arriba, los jóvenes anarquistas andaban a bulonazo limpio con los robocops que rodeaban el Hotel Hilton, donde se escondían los presidentes de toda América. En la ciudad baja, unas decenas de miles de personas venidas de todo el mundo manifestaban contra el ALCA por el Boulevard Jean Lesage.
La movida venía durando casi una semana, desde que el lunes se iniciara el Segundo Encuentro de los Pueblos de América. Con tal agite, el uruguayo esperaba tener que arrancar las pegatinas para poder encontrar a Quebec debajo, y ya se imaginaba los muros de la Ciudadela con terribles pintadas anti globalizadoras y las calles llenas de volantes. Sin embargo, las paredes estaban impecables, y las únicas pintadas que habían, estaban en los pilotes de cemento que sostenían la alambrada provisoria tras la que se encerraron los presidentes americanos. Eso sí, los ocho quilómetros de pilotes grafiteados exhaustivamente.
Los refugios en las paradas de ómnibus quebequenses harían las delicias de los grafiteros y los pegatineros montevideanos ,con sus cuatro paredes de vidrio del piso al techito verde inglés a dos aguas. Sin embargo, a los quebequenses no les dá por ahí: descargan sus aerosoles en las "zona de expresión libre" que hay debajo de la autopista Dufferin-Montmorency. Allí sí se pueden encontrar desde las consabidas invocaciones a Nirvana o AC/DC, hasta la arroba anarquista, y algunos murales gigantescos dignos de un museo de arte moderno. En las avenidas principales, cada tanto hay unos quiosquitos cilíndricos con techo cónico destinados específicamente a la colocación de afiches. Es alli donde se "pegatinean" los carteles con anuncios que van desde un concierto de Adamo (sí, todavía "vive y canta"), hasta una proclama del Movimiento Sin Tierra brasileño o un concierto solidario con Chiapas.
Ante esa realidad, uno no puede evitar las comparaciones con nuestra "muy fiel y reconquistadora", donde las paredes no sólo se utilizan para la protesta y el desahogo, sino que hasta forman parte de la oferta que hacen las agencias de publicidad a sus clientes. Ocasiones como el día del padre o el día de la madre, son propicias para que diversos comercios cubran los muros montevideanos con sus ofertas. Del mismo modo, la salida a la venta de un disco de Ruben Rada o la realización de un concierto de Jaime Roos, determinan la aparición de los afiches con su efigie por todo el centro de la ciudad. Hasta hace unos años, los muros montevideanos los utilizaban aquellos que no tenían acceso a los medios de masas (si querés te pongo "mass media", que queda más fino). Eran la manera de comunicarse con la población que tenían los grupos sociales sin grandes recursos económicos (partidos políticos opositores, músicos jóvenes, etcétera), o el papel donde escribían quienes tenían algo que decir pero no tenían donde. De unos años a esta parte, eso ha cambiado. Nuestros muros no sólo han pasado a integrar el circuito de la propaganda formal, sino que han comenzado a ser utilizados por el gobierno mismo, a través de las distintas agrupaciones políticas que lo conforman.
Días pasados, abrí el diario y me encontré con la noticia de que "Los partidos tradicionales apelan a pegatinas y a las leyendas con brocha sobre los muros." En efecto, los diputados Washington Abdala (Foro Batllista) y Gustavo Borsari (Herrerismo), "se niegan a dejar las paredes en manos de la izquierda." El diputado Abdala dijo al respecto que la pintada es una herramienta "barata" que en una etapa no electoral "tiene una alta visibilidad". Comentó que considera que pintar las paredes de la ciudad significa "desafiar" al Encuentro Progresista, porque esa fuerza política "tiene tendencia a creer que los muros son una especie de propiedad monopólica". Por su parte, el diputado Borsari afirmó que la juventud de su grupo pretende ahora incorporar las pintadas y las pegatinas: "en una estrategia" que busca dejar en claro que "en Montevideo el monopolio de las pintadas y las acciones callejeras no lo tiene la izquierda".
Al parecer, el servilismo y la obsecuencia de todos los canales de televisión, del 75 por ciento de los periódicos, y del 98 por ciento de todas las radios montevideanas, no les es suficiente. También quieren el monopolio de las paredes. Parecen pensar que lo que motiva a la oposición a pintar muros es una especie de "espíritu olímpico", que para nosotros enchastrar paredes constituye una especie de deporte. Si el Encuentro Progresista, los sindicatos, y las diversas organizaciones sociales tuvieran el mismo acceso a los medios de comunicación de masas que ellos tienen, yo pongo mi firma para asegurar que no se pintaría ningún muro. Como en Quebec.