Algunas veces hay días en que uno se levanta, mira alrededor al mundo que lo rodea, y le dan ganas de volverse a acostar de nuevo de ver la porquería que es. Porque -sin exagerar- el mundo en el que estamos viviendo actualmente es una real porquería con todas las letras, acento incluido. ¿Qué es lo que ha pasado?
Es que hoy día ya no hay respeto, ya no hay consideración para con los mayores; los jóvenes nos avasallan y nos atropellan como si el hecho de que sean jóvenes significara algo más que que tienen la mayor parte de la vida por delante. Los que como yo tenemos la mayor parte por atrás, merecemos al menos respeto y consideración, y... ¡respeto!. Sí señor. ¿Qué es eso de que ahora cualquier jovencito o jovencita imberbe nos ande tuteando? ¡Hasta las enfermeras le tutean a uno ahora! “¿Querés que te cambie la sonda o así estás bien?” le preguntan a uno las degeneradas esas de las enfermeras modernas. ¿Qué es lo que ha pasado?
En las épocas de mi juventud, cuando la juventud era realmente un divino tesoro y no la sodoma y gomorra que es ahora, no sólo a un joven, sino que ni siquiera a un adulto se le hubiera ocurrido dirigirse a una persona que peinara canas sin anteceder un respetuoso “Don” o “Doña” a su nombre, cuando no a su apellido. Washington Benavides, por ejemplo, hubiera sido o Don Washington, o Don Benavides, por ejemplo. Y sin embargo, ahí los tenemos a esta manga de degenerados que todavía no saben lo que es la vida, diciéndole al provecto poeta: “Ché, Bocha” tal cosa, “Ché, Bocha” tal otra. ¿Qué es lo que ha pasado?
Cuando el mundo estaba como debía estar y no patas arriba como está ahora, los hombres se saludaban como hombres, con un apretón de manos, cuando mucho con un una palmeada de hombros o una agarrada de antebrazo adjuntas. Y ahora resulta que viene cualquier barbudo asqueroso y con el mayor de los desparpajos no sólo lo tutea a uno sino que además le estampa un beso en la mejilla. Yo hago como las pitucas y doy vuelta la cara para que el eventual ósculo aterrice al menos en la zona mandibular inferior, pero la barba igual pincha. Y eso es culpa del degenerado de Tinelli, que fue el pionero de esa perversión aceptada hoy como si tal cosa por tirios y troyanos, planchas y cambas, jugadores de fútbol e intelectuales. ¿Qué es lo que ha pasado?
En mi tierna niñez, más de una vez recibí la sabia enseñanza de mantener silencio cuando un adulto hacía uso de la palabra. “Cállese la boca que están hablando los mayores”, me decía mi padre luego del pedagógico sopapo previo con el que me advertía que a continuación venía una sabia enseñanza. Ahora, en cambio, no ya los jóvenes, sino hasta los niños interrumpen y hasta intervienen en las conversaciones de los mayores como si ellos también fueran adultos. ¿Será que los niños de hoy entienden realmente las conversaciones adultas? ¿O será que los adultos de hoy hablan mayormente de temas tan estúpidos que hasta un niño los entiende? ¿Qué es lo que ha pasado?
No sé lo que ha pasado, no me lo pregunten más, por favor, y con permiso, me voy a acostar de nuevo que (como dijera Woody Allen) la asiática me tiene como loco.
Buenos días
Karl K. Man