Si no hubiera sido inevitable, me calentaría haber estado esperando 46 años al siglo XXI para encontrarme con ésto. Porque mire que esta centenia que venimos empezando dan ganas de subirse a la máquina del tiempo y volverse al siglo XX, cuando no había ni agujero de ozono, ni crisis del 2002, ni cambio climático, ni sensación de inseguridad, ni tevecable, ni cumbia villera, ni teléfonos celulares sonando por todos lados; y en cambio existían otras cosas que ahora ya no hay, como ser La Esperanza.
Ah... la esperanza... Sí, en el siglo XX teníamos mucha esperanza, a finales del siglo XX teníamos muchas esperanzas. No es que uno siguiera creyendo en el progreso permanente, como llegó a creer en algún momento de ignorancia, no, pero bueno, uno pensaba que las cosas no podían hacer otra cosa que mejorar. Y algunas mejoraron, sí. Pero otras... ¡a la pelotita!
No es la intención de este escrito hacer una reflexión en el sentido de que todo tiempo pasado fue mejor, no, no es eso, porque capaz que el tiempo por venir resulta mejor que éste, andá a saber.
Tampoco me da la voluntad para andar profundizando o fundamentando demasiado lo que digo. Lo de que el siglo XXI es una porquería, es una sensación de disgusto e incomodidad que he comenzado a percibir desde hace un tiempo. No me gusta vivir en un mundo como este, es decir: no me gusta vivir en una civilización como ésta, no me siento cómodo en este mundo de ahora.
Claro que todo el mundo habla de la feria según cómo le va en ella, a lo mejor es eso. A lo mejor lo que me disgusta es vivir donde vivo, trabajar donde trabajo, y ver lo que veo. A lo mejor si viviera en un lugar donde hubieran veredas en lugar de basurales, si trabajara en un lugar que no se sacudiera e hiciera ruido todo el día, si tuviera un horario fijo, si ganara una canasta básica familiar, capaz que ahí me gustaba el siglo XXI y todo, pero yo creo que ni así, porque por más que hago fuerza por ser cínico y nihilista, la realidad me duele y por eso no me gusta. En fin. No sé.