(y a mi no me importa mucho que digamos)

martes, 22 de diciembre de 2009

EL MANICERO EN EL CONTENEDOR

En la esquina de la Avenida Agraciada y la calle Mercedes, el manicero (que ya no es sólo manicero pues también vende garrapiñadas varias y pochoclo) estaciona su carrito rojo contra el cordón de la vereda, junto a un contenedor de basura, y espera. Unos segundos más tarde la luz roja del semáforo hace que el chofer de un taxi se detenga en la esquina. El manicero se acerca al auto y habla con el chofer, que dice que sí con la cabeza. Luego, mientras el taxista le cuida el carro con los maníes, los pochoclos y las garrapiñadas, el manicero se mete adentro del contenedor de basura. Le miro la cara al taxista, está entre avergonzado y apenado, me rehuye la mirada. Cambia la luz y yo sigo mi camino. No vuelvo a mirar atrás pero sé que el taxista sigue allí y que el manicero todavía no ha salido del contenedor. Siento como si me apretaran el cuello con un pañuelo.