
Entonces ahí la tenemos a la madre de 20 años de edad, un metro sesenta de altura y cuarenta quilos de peso mojada, cerrando apresuradamente el cochecito con una mano y un pie porque viene el ómnibus, mientras levanta el hombro izquierdo para que no se le caiga el bolsito con los pañales y la mamadera, y el derecho para que no se le caiga su mochila, al tiempo que con la mano que le queda libre aprieta al niño contra su pecho mientras hace equilibrio sobre el pie que no usa para cerrar el cochecito.
Logrado el objetivo de cerrar el carruaje tras mucho sudar, necesitará ahora ayuda para subir al ómnibus, en el que a pesar de venir casi vacío, se sentará en el primer asiento junto a la puerta. Pondrá su mochila y el bolso del bebé en el asiento de al lado y acomodará el cochecito frente a sus rodillas, anulando la mitad del ya estrecho pasillo del ómnibus.
Mientras el bebé llora, ella revuelve nerviosa dentro de su mochila y mirando con miedo al guarda (que a todo esto está muy entretenido mirando para otro lado y escuchando la radio), le dice con miedo: "ya le pago, ya le pago".
Una señora que baja se topa con el cochecito y la madre debe de dejar de buscar el dinero del boleto para evitar que el vehículo se desparrame. La señora se va llevando la marca de las ruedas del cochecito (que están convenientemente embarradas) en su tapado.
Podría pensarse que el cochecito es una cuestión de status, pero no es así, o lo es pero al revés de lo que parecería. Es decir: la clase alta no lleva a sus niños en cochecitos sino en una sillita que se coloca en el asiento de atrás de un coche de verdad. La gente humilde, como no puede acceder a un coche verdadero, invierte en estos modernos carruajes para bebés.
Suena antipático, pero hoy día el tamaño del cochecito está en una relación inversamente proporcional a la inteligencia que han podido desarrollar los padres de estos niñitos pequeñitos. ¡Son tan cómodas las sillitas de colgar y los cochecitos plegables de tela! Tan cómodas y tan baratas que uno no entiende como hay gente que no lo entiende. ¿Se entiende? Si, si, ya sé, usted me dirá que estoy exagerando, que no es para tanto, que son manías de viejo rezongón. ¿Ah sí? Mire las fotos que van a continuación:
¿Y ahora qué me dice? ¿Eh? ¿Vió como no exagero? ¿Cómo? ¿Que eso pasa muy rara vez? Pues no, pasa muy seguido. Mire la siguiente foto, y no se pierda la cara con la que la madre que lleva el carromato mira al tipo que sube con niño grande y bolsos varios a cuestas: