
“Al cabo de veinticinco años los planes y los sueños del Don se estaban haciendo realidad. El juego era ahora una actividad respetable y, por encima de todo, cada vez más legal. Se habían creado incluso toda una serie de loterías estatales mediante las cuales el Gobierno estafaba a los ciudadanos. Los premios se extendían a lo largo de veinticinco años, lo cual significaba de hecho que el Estado jamás pagaba el dinero sino tan sólo los intereses de la suma retenida, y además la gravaba con impuestos. Menuda faena. Don Doménico conocía los detalles porque su familia era propietaria de una de las empresas que llevaban la gestión de las loterías de los distintos Estados a cambio de unos elevados porcentajes sobre las ventas.”
