"No hay puta ni ladrón que no tenga su devoción" (*)
El español defiende la religión católica porque es la suya y, siendo la suya, tiene que ser perfecta. Hay una anécdota reveladora, la de un limpiabotas gaditano que se refirió con frases de mofa a un sacerdote que pasaba, lo que produjo gran alegría en su cliente, un obispo protestante de incógnito en España. Entusiasmado ante la posibilidad misionera, el extranjero empezó a explicarle al limpiabotas las diferencias con su propia creencia, el mayor respeto que ésta sentía por la conciencia humana, la libertad política, el permiso, tan natural, de los pastores para contraer matrimonio... En plena perorata fue interrumpido por el limpiabotas:
—No se canse, míster. Yo no creo en mi religión que es la verdadera, y ¿voy a creer en la de usted?
¿Que esto es un chiste, un desgarro de hombre de pueblo? He aquí lo que decía un español culto y famoso, en un discurso parlamentario: "Yo, señores diputados, no pertenezco al mundo de la teología y de la fe: pertenezco, creo pertenecer, al mundo de la filosofía y de la razón. Pero si alguna vez hubiera de volver al mundo del que partí, no abrazaría ciertamente la religión protestante..., volvería al hermoso altar que me inspiró los más grandes sentimientos de mi vida: volvería a postrarme de hinojos ante la Santa Virgen..." En el fondo, lo mismo del limpiabotas gaditano dicho más elocuentemente. Para algo su autor se llamaba Emilio Castelar.
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La familiaridad de los españoles con la religión deja estupefactos a muchos extranjeros. Para empezar, el segundo mandamiento "no emplearás el nombre de Dios en vano" parece totalmente inútil al católico español, que casi nunca lo emplea de otra forma. "¡Dios mío!", se dice tan a menudo cuando el delantero ha fallado el tiro a puerta como para reclamar la ayuda divina en un momento realmente angustioso. El "Dios lo quiera" se emplea tanto para cosas dignas como indignas y en realidad es una muletilla más como "Vaya con Dios", "Dios te ayude", "Dios te proteja". Casi todos son heredados de la costumbre de los musulmanes, y algunos han pasado con el mismo sonido. "Ojalá", por ejemplo, es sencillamente "Aj-Alá" o "quiéralo Dios", en lengua árabe. "Olé" dicho en los toros cuando el pase ha salido bien, es otra invocación parecida: "ua-al.lá", o sea "¡oh Dios!".
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La unión entre la altura religiosa y la política a que llevó el Imperio, resolvió de una vez para siempre, para numerosos españoles, el problema de la religión que es, tiene que ser, la católica. En España se dan pocos casos de conversión al protestantismo como al cristianismo entre los pueblos árabes (cualquier misionero en Marruecos habla de su fracaso en este sentido) porque la religión católica, tras largos años ha formado una nueva piel más fácil de arrancar que de sustituirse. El español vive en católico incluso cuando revolucionario.
"Vamos siempre detrás de los curas; con un cirio o con un palo" decía Agustín de Foxá, y la destrucción de iglesias y muerte de sacerdotes en la España republicana fue vista por algunos observadores como un desesperado intento de romper un círculo que rodeaba, oprimiéndole, al más anticlerical de los revolucionarios.
¿Y qué duda cabe que el blasfemo, y en España los hay a montones con retorcidas y barrocas expresiones, es en el fondo un creyente? ¿Cómo se va a insultar groseramente (**) lo que no existe ? Chesterton recomendaba a los que creían eso posible que probaran a renegar, por ejemplo, del dios Thor.
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Un señor elegante coincide ante el Cristo de Medinaceli —venerada imagen— con un pobre hombre mal vestido y con cara de hambre. Ambos están visiblemente preocupados, obsesionados con su necesidad y sin darse cuenta, rezan en voz alta. El rico implora el auxilio del Señor para que el Banco le garantice los cinco millones que necesita para apuntalar un asunto en el que ve grandes provechos posibles. El hombre pobre pide, con la misma confianza y fe, quinientas pesetas que le permitan pagar al casero y que no le echen de la casa en que vive. Las oraciones se tropiezan en el aire, ambos están con los ojos fijos en la imagen.
—Señor, a ti no te cuesta nada... que me garantizen esos millones...
—Esas pesetas, Señor, para que no me encuentre en la calle.
—Toda mi vida comercial depende de esto, Señor, no me hagas caer en bancarrota...
—Señor, el frío es intenso, no permitas que me echen de casa. Concédeme ese dinero...
—Señor, cinco millones...
—Senor, quinientas pesetas...
Ya casi ambos están gritando. De pronto el elegante se detiene en sus rezos, abre apresuradamente la cartera y saca un billete de quinientas pesetas.
—¡Tome —le dice al otro—, no me lo distraiga.
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Los españoles (...) son más capaces de morir defendiendo la puerta de una iglesia que de entrar en ella. Les gusta que esté allí, es una especie de reserva metafísica para cuando haga falta —hay pocos españoles que no pidan confesor al sentirse cerca del fin— pero no acuden en la proporción que sería lógica en un país que se ha pasado siglos matando y dejándose matar para conseguir que flamencos, alemanes, indios americanos y filipinos abrazasen la única religión posible, es decir, la católica.
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(*) Refrán español, los textos de esta entrada han sido extraídos del libro de Fernando Díaz Plaja "El Español y los siete pecados capitales" (Alianza Editorial — Madrid, 1966).
(**) Yo he escuchado a muchos españoles decir "Me cago en Dios", por ejemplo(nota de A.C.)
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MOTIVO DEL ETIQUETADO: superstición — f. Propensión a la interpretación no racional de los acontecimientos y creencia en su carácter sobrenatural, arcano o sagrado: la superstición está ligada al pensamiento mágico (Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe).