(y a mi no me importa mucho que digamos)

lunes, 3 de mayo de 2010

LA SEGUNDA DEPENDENCIA

Este editorial lo escribí el 1º de septiembre de 2008. 20 meses y un cambio de gobierno después, no se me ocurre modificarle alguna cosa.

TIEMPOS MODERNOS
LA SEGUNDA DEPENDENCIA

Andrés Capelán

MONTEVIDEO/URUGUAY/01.09.08/COMCOSUR AL DÍA -Hubo una época en la que hablábamos de “La segunda independencia”. Eran los tiempos en los que Rubén Lena, por boca de Los Olimareños, pedía “Que los países hermanos / de Centroamérica y sur / borren las sombras del norte / a ramalazos de luz”. Eran años en los que historiadores y economistas analizaban la relación entre la dependencia y el (sub) desarrollo económico. Era cuando André Gunder Frank planteaba que “El enemigo inmediato de la Liberación Nacional en Latinoamérica, tácticamente es la burguesía propia, aunque estratégicamente el enemigo principal sea innegablemente el imperialismo.”

Hoy resulta extraño oír hablar de estas cosas, aunque las estructuras locales y globales han cambiado muy poco desde esa época (los años 60, claro). En lo global, por ejemplo, en estas últimas décadas hemos asistido a la consolidación de la Unión Europea, a la desaparición del Socialismo Soviético y al nacimiento del Socialismo Capitalista chino. En lo local, más allá de algunas tímidas políticas redistributivas, la estructura económica uruguaya sigue siendo la misma de siempre. Pero además, de la mano de la globalización neoliberal, la dependencia de las metrópolis no sólo se ha mantenido, sino que ha aumentado.

Por un lado, hoy no sólo hay muchas más empresas extranjeras que hace 40 años, sino que muchas de ellas tienen más libertad de acción que entonces (Ley de Zonas Francas mediante, por ejemplo), y varias empresas públicas se han privatizado (extranjerizado) parcialmente. Los múltiples tratados comerciales firmados por los sucesivos gobiernos en los últimos 20 años, han facilitado esa penetración económica, y este gobierno no sólo no ha sido excepción a la regla, sino que la ha profundizado y extendido.

Como resultado, no sólo no hemos alcanzado aquella soñada “Segunda Independencia”, sino que hemos profundizado la dependencia. Me refiero a que la economía uruguaya sigue estando basada casi exclusivamente en la exportación de materias primas, y a que para la generación de esos bienes se sigue dependiendo de insumos importados (desde las semillas hasta la energía). En estos años, asistimos al auge de las “comodities”, o sea al aumento de la demanda y el precio de los alimentos, lo que ha redundado en una excepcional acumulación de riqueza. Sin embargo, al mantener la misma estructura económica de siempre, ese enriquecimiento no se nota demasiado en el grueso de la sociedad.

Más aún, al provenir del aumento del precio internacional de los alimentos, la bonanza de las capas altas de la población (la dueña de los medios de producción de los alimentos), tiene como contrapartida un descenso en la calidad de vida de las capas más bajas, que son las que gastan el porcentaje mayor de sus ingresos en la adquisición de esos mismos alimentos, que no se venden aquí a un precio local sino al precio internacional.

Se suele decir que muchas cosas han cambiado desde la década del 60 hasta ahora. Esos cambios se perciben claramente en la superestructura política, pero en lo referente a la estructura económica, si ha cambiado, ha sido para consolidarse. Hoy hay más pobres que en 1968. Los salarios son más bajos que los de 1968. Las capas medias y bajas de la sociedad tienen un nivel educativo más bajo que en 1968. Los ricos son mucho más ricos que en 1968... Sin embargo, ya nadie habla de Socialismo o de Liberación Nacional. Tampoco se habla de romper con la dependencia del capital extranjero. Por el contrario, se sale a recorrer el mundo buscando más y más capital extranjero.

Nos siguen poniendo la zanahoria adelante para que sigamos caminando callados. Nos siguen hablando de hacer crecer la torta para repartirla luego. “Luego”, siempre “luego”... “La causa de los pueblos no admite la menor demora”, dijo José Artigas. Se equivocó. Lamentablemente, la causa de los pueblos es la que admite las mayores demoras. Es que el poder económico ha logrado convencer a los líderes populares de que debe ser así, y ellos se encargan luego de convencernos a nosotros. Hay que ser pragmáticos –nos dicen entonces– la realidad es irremediable.

Es posible que las cosas sean así. El paquete capitalista está muy bien atado. Si no se puede, no se puede, está bien. Lo que no entiendo es por qué quieren convencernos de que está bien que las cosas sean como son. Perdido por perdido, yo hubiera aceptado la explicación “mira, queremos pero no podemos”, o “si los de abajo no nos empujan, nosotros no tenemos excusa para movernos”, o algo por el estilo. Sin embargo, es al revés, por un lado nos dicen que no quieren y no deben, y por otro, cuando los de abajo empujan, los acusan de irresponsables, trasnochados, o corporativistas.

¿Qué hacer entonces ante esta realidad? ¿Aceptarla mansamente? ¿Eso sería un signo de madurez? No me parece. En lo personal, pienso seguir insistiendo con estos asuntos. Cuando uno está convencido de algo, debe ser consecuente con sus ideas. ¿Que a lo mejor estoy equivocado? Puede ser, no lo niego. Para ser tal, el librepensamiento debe autocorregirse continuamente. Puestas así las cosas, para resistir el desánimo hemos de levantar la vista y ver el proceso en su larga duración, más allá de la coyuntura, y pensar a largo plazo. No es fácil ni placentero eso, uno querría la justicia social “¡Ya!”. ¿No se puede? Pues entonces habrá que seguir juntando palitos, como las hormigas, sin prisa, pero sin pausa.