(y a mi no me importa mucho que digamos)

viernes, 19 de marzo de 2010

CÓMO REFRESCARSE LA CARA

Durante toda mi vida me lavé la cara tal como me enseñaron mis mayores: humedeciendo las palmas de mis manos bajo la canilla y refregándolas luego contra mi rostro un poco inclinado.

Pero héte aquí que hace unos meses -por razones que no vienen al caso- me encuentro mirando la película de Sergio Leone “C’era una volta il West” (conocida en castellano como “Érase una vez en el Oeste” o “Hasta que llegó su hora”), y en una de las escenas finales, veo que Jason Robards, llega del desierto todo polvoriento y sudado y entra al chalet de Claudia Cardinale a pedirle agua para refrescarse.

La Claudia toma una jarra y le llena una palangana con agua, y entonces Jason Robards hace algo que yo nunca había visto: ahueca sus manos, y –cual si fueran dos cuencos– los sumerje horizontalmente en la palangana, los llena de agua, y luego inclina su rostro y lo sumerje a su vez en esas lagunitas palmares.

Mi primera reacción fue pensar: “pero mirá qué ridículo, nadie se lava así la cara”. Y es verdad, nadie se lava la cara así. Pero varios días después de ver esa escena e incluso de comentarla con S., en un tórrido día de verano, me encuentro frente al lavabo de mi casa recién llegado del trabajo y con urgencia por refrescarme, y me doy cuenta de que lo que estaba haciendo Jason Robards en esa escena no era lavándose se la cara sino –precisamente– refrescándosela.

Y entonces hago lo mismo que le ví hacer a él en la película y formo dos cuencos con mis manos y los lleno de agua y sumerjo en ellos mi rostro y siento una frescura indescriptible, muy superior a la que puede dar una ducha,

Y por eso estoy lleno de agradecimiento para con Sergio Leone y para con Jason Robards, y por eso escribo estas líneas, para que la posteridad no lo olvide y para que el lector sepa cómo hay que hacer para refrescarse cuando uno llega a su casa un día de verano luego de atravesar el desierto.