(y a mi no me importa mucho que digamos)

sábado, 27 de febrero de 2010

HABÍA OTRO MUNDO ANTES DEL 9.11

Hace casi 9 años hice mi primer viaje en avión, aventura que ya conté en este mismo blog (ver "La vida en el aire"). Pues bien, ese viaje tuvo como destino final la ciudad de Québec, y el motivo de esa visita se cuenta en el siguiente artículo, publicado en varios medios electrónicos y en el semanario Mate Amargo a fines de abril de 2001.
A mi me ha resultado un tanto perturbadora su relectura, porque me dí cuenta de todo lo que ha cambiado el mundo en tan pocos años. A veces me parece que no queremos recordar la circunstancia de que antes del 11 de Septiembre de 2001 había otro mundo y era mejor que éste, en el que mayormente andan todos mezclados y no se sabe bien qué es cada uno en realidad.

La globalización de la lucha
La Segunda Cumbre de los Pueblos
Andrés Capelán (Comcosur)


Convocadas por la Alianza Social Continental, alrededor de 3.000 personas se reunieron del 16 al 20 de abril de 2001 en la doblemente amurallada ciudad de Québec, para participar en la II Cumbre de los Pueblos, paralela a la Cumbre de las Américas que reunió a los mandatarios de las naciones del continente (excepto Cuba, claro) para discutir la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

La Alianza Social Continental tuvo sus inicios en la Tercera Cumbre Sindical, realizada en 1997 en la ciudad de Belo Horizonte, en forma paralela a la Reunión Ministerial del ALCA. En esa oportunidad, un conjunto de organizaciones sindicales y sociales emitió una declaración conjunta que expresó demandas y propuestas claras frente al ALCA. Allí se sentaron las bases para la realización de la primera Cumbre de los Pueblos en la ciudad de Santiago de Chile, antecedente de ésta de Québec.

Por un diálogo público
En la II Cumbre de los Pueblos, se organizaron nueve foros: Parlamentario, Mujeres y Mundialización, Campesino, Educación, Rol de los Estados en la redistribución de la riqueza, Comunicación, Derechos Humanos, Medio Ambiente y Sindical. Ésta cumbre alternativa fue considerada un éxito, tanto por la ampliación de la gama de organizaciones participantes, como por la amplitud y profundización de las propuestas y la mayor repercusión lograda a nivel mediático y de opinión pública. El Secretario Ejecutivo de la ASC, el mexicano Héctor de la Cueva, explicó que ésto se debe al "cambio a nivel internacional, donde las luchas contra la globalización han cobrado más legitimidad, o quizás al revés, los poderes mundiales han perdido legitimidad".
Sin embargo, ha resultado evidente que la Cumbre oficial tuvo poca voluntad para escuchar las propuestas de la sociedad civil, desde el mismo momento en que se recluyó en su "bunker" en la Ciudad Alta de Québec; por miedo a ser víctima de "actos vandálicos", pero más aún por miedo a que se conozcan sus verdaderas intenciones. Los organizadores de la Cumbre presidencial plantearon la posibilidad de recibir el documento emanado de la Cumbre Alternativa y realizar posteriormente una mesa redonda en el marco del evento oficial. Dicha propuesta fue rechazada por la ASC, en el entendido de que si se procediera de tal modo, la reunión podría constituirse en una simulación de consulta destinada a la desmovilización popular. De la Cueva explicó que "creemos que en adelante el diálogo que se sostenga debe ser público, para además ganar el derecho de la sociedad a ser informada y a expresar sus puntos de vista". Las propuestas emanadas de esta II Cumbre de los Pueblos aportan algunas estrategias nuevas, como ser el comenzar la discusión a nivel de bases para elaborar una Carta Social Continental de Derechos que sirva como instrumento de lucha y de organización; y dinamizar la propuesta de referendo popular continental, para que sean los pueblos de América y no sólo 34 personas los que discutan y decidan si están a favor del ALCA o no.

Quebéc era una fiesta
La noche del viernes 20, los estudiantes de Canadá y Estados Unidos hicieron su "aguante" junto a la Rue St.Paul, bajo la autopista Dufferin-Montmorency, con "olla popular" de exquisito guiso de carne, y café "a voluntad", amenizado con la actuación de grupos amateurs de Rock & Roll y discursos a discreción en francés, inglés o español. Allí se proveía gratuitamente a quien lo demandara de pintura, cartón, nylon, y maderas para construir sus pancartas, y el fuego ardía en los tanques de 200 litros para calentar la gélida noche quebequense. El sábado 21 de Abril de 2001, Québec era una fiesta. Cerca de 30 mil trabajadores, estudiantes, jubilados y niños de todo el mundo manifestaron tranquilamente por la Ciudad Baja su repudio a la componenda que se pergreñaba en la Alta tras "el muro de la vergüenza", como llamó la prensa quebequense al extenso alambrado dentro del que se escondieron los mandatarios de todos los países de América menos uno. Otros, más jóvenes, mejor equipados, y más audaces, subieron hasta las puertas mismas de la cumbre, y -a pesar de los centenares de "Robocops" y de los litros de gases lacrimógenos derramados- tiraron abajo la infamia: "Fue necesario un solo hombre para derribar el muro de la vergüenza, que dobló sus rodillas sin ni siquiera resistir" tituló el periodista Éric Moreault en "Le Soleil" de Québec. Mientras las cámaras de los grandes medios de todo el mundo se demoraban en mostrar alternativamente los incidentes y los discursos autocomplacientes con que cada uno de los 34 jefes de estado encerrados en el Hilton quebequés intentaba marcar presencia; en las amplias avenidas de la Ciudad Baja, trabajadores, estudiantes, ancianos, lisiados y niños, desfilaban con firmeza y con alegría, portando muñecos alegóricos, globos de colores, disfraces, tambores (La "Banda de Tambores Revolucionarios del Oeste de Massachussets" entre otras), bastoneras, pancartas y banderas. Las grandes cadenas internacionales -en cambio- fueron arriba, donde estaban los poderosos y la policía. Abajo no estaban ni unos ni otra y los sindicalistas canadienses garantizaban la seguridad de la marcha, ordenaban el tránsito, distribuían tareas.

El miedo de los poderosos
Los costos del amplio y deficiente operativo de seguridad que montó el estado canadiense para proteger a los mandamases de América (que incluía incluso varios francotiradores que felizmente no actuaron) superaron los 65 millones de dólares estadounidenses. Pero, en andas del viento del sud-oeste, el humo de las centenares de bombas lacrimógenas que fueron tiradas a los manifestantes que lograron atravesar el muro, volvía hacia los mismos policías y penetraba por los ductos de aire acondicionado del lujoso Hilton, donde debieron permanecer encerrados delegados y periodistas. "Son pequeños grupos de extremistas" dijo el primer ministro canadiense, Jean Chretien, pero esos pequeños grupos de extremistas obligaron a demorar dos horas el inicio de la reunión de los gobernantes de 800 millones de americanos. La ineficiente, pero desmedida actuación de la policía canadiense fue señalada por la militante pacifista Lori Wallach, quien comparó lo vivido en Québec con lo sucedido el año pasado en Seattle en ocasión de la reunión de la Organización Mundial del Comercio: "El problema no es si hay más policías en Québec que en Seattle, sino que aquí hay más intolerancia. En Seattle era necesario que alguna cosa pasara antes de que la policía detuviera a los manifestantes. Pero aquí, si hay solamente un rumor de manifestación, la policía interviene." Según Wallach, la desmedida violencia policial fue una estrategia tendiente a que los grandes medios desviaran su atención de los temas centrales de la Cumbre hacia el "show" de los gases, tendiendo una literal cortina de humo sobre sus contenidos. Al fin de cuentas, como escribe Ghislaine Rheault también en "Le Soleil": "No fue el Líbano, no fue Kosovo, tampoco la Franja de Gaza. No fue tampoco el diluvio, ni una tempestad de nieve. Fue Québec: menos vidrios rotos que en los últimos tumultos de la copa Stanley (de hockey) en Montréal."
Pero mientras los manifestantes de las distintas tendencias convocadas el pasado sábado a orillas del río San Lorenzo coinciden en que esto ha sido sólo el principio de las hostilidades contra un tratado que ahondará las disparidades en el continente, el presidente argentino, Fernando De la Rua, anfitrión de la próxima cumbre, piensa que en Buenos Aires "No habrán barricadas para detener a las multitudes, las que vendrán más bien a aplaudirnos." Nadie sabe el origen de ese optimismo, pero si una cosa es cierta es que cada vez resulta más evidente que es imperioso impulsar la iniciativa del Foro Social Mundial de Porto Alegre de convocar a plebiscitos nacionales en todos los países latinoamericanos para decidir sobre la integración o no al ALCA. Como explica el brasileño Emir Sader de la Agencia Latinoamericana de Información: "Un tema tan crucial como el de la integración soberana o subordinada -respecto del cual el gobierno no pidió mandato alguno en la campaña electoral (brasileña) de 1998- tiene que ser sometido al veredicto popular, si es que pretendemos respetar mínimamente las reglas democráticas."